domingo, 24 de mayo de 2009

La ética de los empresarios


A raíz de los comentarios consignados en nuestra columna del domingo anterior, recibí algunas sugerencias que me honran, respecto de la bondad y oportunidad que podrían tener hacer algunas notas sobre “ética empresarial”. En honor a la verdad quienes hablan de una ética empresarial, también pueden pretender hacer un discurso sobre la “moral” de una mata de moras y sabrá Dios, en que otra clase de discusiones también pueden dilapidar su tiempo. Después de algunas reflexiones sobre el particular, he concluido que en verdad, si no puedo pretender hacer una cátedra sobre la ética de los empresarios, quizás si pueda dejar sentados algunos conceptos, aunque superficiales y elementales que puedan contribuir a encontrar algo de claridad en medio de la tremenda confusión que advertimos existe sobre este trascendental tema y respecto del cual por fortuna nadie puede reclamar originalidad.

Un buen día entre nosotros, un grupo de individuos que a lo largo de más de cincuenta años de autodenominarse como industriales, quizás aún bajo los efectos del alto contenido etílico de la noche anterior, decidió que en lo sucesivo cambiarían su honroso nombre que evoca un oficio nobilísimo, por uno menos sugestivo, quizás más amplio para atraer al grupo a gentes nuevas, más impalpable, de pronto para disolver responsabilidades: se autodenominarían “empresarios”. El cambio parece tan simple que asimilándolo a los procesos de jurisdicción voluntaria, basta con que cualquier individuo aburrido con la decisión que adoptaron sus mayores cuando le dieron vida civil, y sin consultar con ellos satisfaga su inconformidad ante un notario. En el caso de las personas jurídicas sin ánimo de lucro se adelantará la diligencia ante la cámara de comercio competente y basta.

La aparentemente inocua decisión que tomaron los neo empresarios, casi coincide con los reclamos que profiere desde su lugar de reclusión un promotor de una escandalosa pirámide, quien clama por su libertad con el potísimo argumento de que él es un empresario y que su único delito es haber hecho empresa.

Luego aparecen ante los medios de comunicación, atiborrando los espacios en todas sus modalidades, un par de inteligentes jovencitos con fluida dialéctica de culebreros a la mejor usanza de la Plaza de Cisneros –templo del rebusque-, explicando que su actividad principal es la de ser empresarios, que lo demás son chismes de la oposición y cuentos de envidiosos y amargados.

En los tres ejemplos anteriores, el común denominador es la búsqueda y la lucha por ser cada uno de ellos reconocido o identificado como empresario. ¿Y qué es entonces aquello que podría hacerlos diferentes? Los fines hacia los cuales se dirigen y los medios utilizados para alcanzarlos. Estamos hablando de conductas y las empresas no asumen conductas. Las conductas son propias de los hombres. Las conductas que asumimos están determinadas por los valores que hemos recibido y por el conjunto de bienes que aspiramos a conseguir para alcanzar nuestra plena realización y la felicidad. Esto solo es posible mediante el ejercicio entre otros valores, de la libertad, de la responsabilidad, de la creatividad y de la autenticidad, enmarcados cada uno de ellos en un contexto social determinado. Estamos hablando de un proceso el cual se forma en nuestro interior y se dirige al mundo exterior traducido en una conducta. Este proceso es lo que en forma genérica denominamos como ética de la persona, la cual tiene que expresarse en las conductas que asume como empresario, como profesional, como juez y en cada circunstancia de su vida. En términos generales podemos afirmar que tanto la libertad como la responsabilidad están debidamente desarrolladas por la ley. La responsabilidad no significa responder ante la autoridad. Se trata de responder ante nosotros mismos, ante nuestra conciencia y ante la sociedad por lo que hacemos pero también por lo que dejamos de hacer. El silencio y la pasividad son los mojones del camino hacia la irresponsabilidad.

Los valores que determinan la ética de una persona usualmente están por encima de la ley misma. Casi siempre la ley fija el límite inferior para que una conducta sea considerada como no ajustada a la ética. Esta delicada cuestión genera las interminables discusiones acerca del acatamiento de la ley respecto de las objeciones de conciencia por razones éticas y morales que conducen a su desobediencia como en el caso de la eutanasia, los abortos provocados en clínicas y las excepciones al servicio militar, entre otras.

A propósito de este tema hemos vuelto a consultar estatutos y documentos fundacionales de varias entidades gremiales, a fin de establecer si existen sanciones y procedimientos para excluir a miembros que han quebrantado no solo los reglamentos internos sino los principios éticos que deben iluminar a un empresario. Todo ha resultado un completo fiasco, empezando porque muchos de tales documentos consideran que pagar impuestos es un deber ético, además de la multitud de conductas indefinidas que impiden concretar y endilgarle a alguien algo de responsabilidad por una falta contra la ética cometida en su condición de empresario. No se conocen casos de sanciones de un gremio a un afiliado.

Quizás el valor más ignorado, del cual ni siquiera la ley se ocupa y si lo hace es en el caso extremo de algunos delitos, es el denominado “autenticidad”, bien cada vez más escaso pero clave para estructurar la ética de un empresario.

Una persona es auténtica cuando es ella misma y no otra. Cuando se manifiesta como es y no con engaños. Cuando su comportamiento exterior es idéntico a lo que es en su interior. No actúa con falsedades, con máscaras que lo hacen ver como no es. Pedirle a los empresarios que para ingresar a un gremio tengan que practicar “principios éticos” como la concertación, reconocerle la remuneración adecuada a sus empleados y velar por la mejora de la calidad de vida de estos, y que con posterioridad el jefe del gremio abandone la concertación y la fijación de la remuneración mínima de los trabajadores y se margine de la búsqueda de una mejor calidad de vida para los trabajadores, para luego hacer bulla con su responsabilidad social, su disposición para hacer transacciones con guerrilleros y demás, es demostrar por acumulación de faltas de autenticidad una personalidad simulada carente de principios éticos.

A los restantes casos citados bastará con juzgarlos a la luz del valor de la autenticidad para saber que tan cerca o distantes pueden estar de una ética como empresarios.


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